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gen María, en esos pocos instantes de la Anun- cándalo de la cruz. Reza con Pedro, que ha ce-
ciación, ha sabido rechazar el miedo, aun pre- dido al miedo y ha llorado por el arrepenti-
sagiando que su “sí” le daría pruebas muy du- miento. María está ahí, con los discípulos, en
ras. Si en la oración comprendemos que cada medio de los hombres y las mujeres que su Hi-
día donado por Dios es una llamada, entonces jo ha llamado a formar su Comunidad. ¡María
agrandamos el corazón y acogemos todo. Se no hace el sacerdote entre ellos, no! Es la Ma-
aprende a decir: “Lo que Tú quieras, Señor. dre de Jesús que reza con ellos, en comunidad,
Prométeme solo que estarás presente en cada como una de la comunidad. Reza con ellos y re-
paso de mi camino”. Esto es lo importante: pe- za por ellos. Y, nuevamente, su oración precede
dir al Señor su presencia en cada paso de nues- el futuro que está por cumplirse: por obra del
tro camino: que no nos deje solos, que no nos Espíritu Santo se ha convertido en Madre de
abandone en la tentación, que no nos abando- Dios, y por obra del Espíritu Santo, se convier-
ne en los momentos difíciles. Ese final del Pa- te en Madre de la Iglesia. Rezando con la Igle-
dre Nuestro es así: la gracia que Jesús mismo sia naciente se convierte en Madre de la Igle-
nos ha enseñado a pedir al Señor. sia, acompaña a los discípulos en los primeros
María acompaña en oración toda la vida de pasos de la Iglesia en la oración, esperando al
Jesús, hasta la muerte y la resurrección; y al fi- Espíritu Santo. En silencio, siempre en silencio.
nal continúa, y acompaña los primeros pasos La oración de María es silenciosa. El Evangelio
de la Iglesia naciente (cfr. Hch 1,14). María re- nos cuenta solamente una oración de María: en
za con los discípulos que han atravesado el es- Caná, cuando pide a su Hijo, para esa pobre
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