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gente, que va a quedar mal en la fiesta. Pero, de Dios encuentra la acogida que esperaba des-
imaginemos: ¡hacer una fiesta de boda y termi- de el comienzo de los tiempos» (CCE, 2617).
narla con leche porque no había vino! ¡Eso es En la Virgen María, la natural intuición fe-
quedar mal! Y Ella, reza y pide al Hijo que re- menina es exaltada por su singular unión con
suelva ese problema. La presencia de María es Dios en la oración. Por esto, leyendo el Evan-
por sí misma oración, y su presencia entre los gelio, notamos que algunas veces parece que
discípulos en el Cenáculo, esperando el Espíri- ella desaparece, para después volver a aflorar
tu Santo, está en oración. Así María da a luz a en los momentos cruciales: María está abierta
la Iglesia, es Madre de la Iglesia. El Catecismo a la voz de Dios que guía su corazón, que guía
explica: «En la fe de su humilde esclava, el don sus pasos allí donde hay necesidad de su pre-
sencia. Presencia silenciosa de madre y de dis-
cípula. María está presente porque es Madre,
pero también está presente porque es la pri-
mera discípula, la que ha aprendido mejor las
cosas de Jesús. María nunca dice: “Venid, yo re-
solveré las cosas”. Sino que dice: “Haced lo que
Él os diga”, siempre señalando con el dedo a Je-
sús. Esta actitud es típica del discípulo, y ella
es la primera discípula: reza como Madre y re-
za como discípula.
«María, por su parte, guardaba todas estas
cosas, y las meditaba en su corazón» (Lc
2,19). Así el evangelista Lucas retrata a la Ma-
dre del Señor en el Evangelio de la infancia.
Todo lo que pasa a su alrededor termina te-
niendo un reflejo en lo más profundo de su co-
razón: los días llenos de alegría, como los mo-
mentos más oscuros, cuando también a ella le
cuesta comprender por qué camino debe pa-
sar la Redención. Todo termina en su corazón,
para que pase la criba de la oración y sea
transfigurado por ella. Ya sean los regalos de
los Magos, o la huida en Egipto, hasta ese tre-
mendo viernes de pasión: la Madre guarda to-
do y lo lleva a su diálogo con Dios. Algunos
han comparado el corazón de María con una
perla de esplendor incomparable, formada y
suavizada por la paciente acogida de la volun-
tad de Dios a través de los misterios de Jesús
meditados en la oración. ¡Qué bonito si nos-
otros también podemos parecernos un poco a
nuestra Madre! Con el corazón abierto a la Pa-
labra de Dios, con el corazón silencioso, con el
corazón obediente, con el corazón que sabe
recibir la Palabra de Dios y la deja crecer con
una semilla del bien de la Iglesia. ❏
26 • LA VERDAD