Page 41 - Laverdad_4282
P. 41
SÉPTIMA ESTACIÓN
JESUS CAE POR SEGUNDA VEZ EN EL SUELO
A llevar la cruz se aprende llevando la cruz. Y cada uno cae a su manera y
cada uno se levanta como puede. Pero la segunda caída es diferente de la
primera; porque la primera es la primera y no la esperábamos, pero cuan-
do te has caído una vez ya sabes que te puedes volver a caer mil veces. Hay
gente en este mundo que cae porque se lo ha buscado con su torpeza y su
pecado; pero hay quien cae por ayudar a llevar la cruz del hermano. A ve-
ces dejarnos caer es la gracia más grande que hemos recibido y la que pro-
bablemente menos hemos agradecido. ¡Cuánto –Dios mío– no habremos
aprendido de nuestras propias caídas! Caerse la segunda vez no es de fra-
casados, es de aquellos que, al levantarse, quedan sorprendidos al verse
más cerca, más amigos, más compañeros, de Jesús el Nazareno.
R/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos porque con tu santa cruz redi-
miste al mundo. Padrenuestro, Ave María, Gloria…
OCTAVA ESTACIÓN
JESUS HABLA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN
Esas mujeres de Jerusalén hacen lo que pocos hacemos. Lo que
tantos ya se han olvidado de hacer: llorar. Sí, llorar por Jesús. Llo-
rar, qué importante es llorar… como lloró en no pocas ocasiones
Jesús, como lloraría su Madre bendita; como lloró Pedro, el duro
patrón de Galilea. Y como han llorado tantos santos, tantos ami-
gos del Señor a lo largo de los siglos. Ya lo decía el santo Cura de
Ars: «¿Señora, que por qué lloro? Lloro porque usted no llora…».
R/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos porque con tu santa
cruz redimiste al mundo. Padrenuestro…
NOVENA ESTACIÓN
JESUS CAE EN EL SUELO POR TERCERA VEZ
Si es verdad que cada caída nos desfigura, no es menos verdad
que cada caída también nos configura un poco más con nuestro
Cristo del calvario. El problema no es volver a caer, el problema
es no saber hallar el lugar donde de verdad levantarnos. Habrá
muchas manos tendidas que, a lo largo de los tropiezos de la vi-
da, nos han ayudado a levantarnos, pero hay un lugar, sin duda,
donde todos nos hemos levantado, y no levantado a ser quiénes
éramos antes, sino a la altura de los gigantes. Nadie nos ha le-
vantado del lodo y el fango como ese sacerdote que en el confe-
sionario nos dijo palabras suaves como aceite y bálsamo recor-
dándonos en el confesionario las palabras del mismo Jesucris-
to “Vete en paz, ¿nadie te ha condenado? Tampoco yo te con-
deno… Porque al que mucho ama mucho se le ha perdonado, tu
fe te ha salvado…».
R/. Te adoramos oh Cristo y te bendecimos porque con tu san-
ta cruz redimiste al mundo. Padrenuestro…
LA VERDAD • 41

