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           instrumentaliza, para que el mundo nos vea co-  Francisco de Sales fue obispo
           mo querríamos ser y no como somos. San Fran-  de Ginebra al inicio del siglo
           cisco de Sales repartió numerosas copias de sus
           escritos en la comunidad ginebrina. Esta intui-  XVII, en años
           ción “periodística” le valió una fama que superó  difíciles,marcados por
           rápidamente el perímetro de su diócesis y que
           perdura aún en nuestros días. Sus escritos, ob-  encendidas disputas con los
           servó san Pablo VI, suscitan una lectura «suma-  calvinistas. Su actitud
           mente agradable, instructiva, estimulante». Si  apacible, su humanidad,
           vemos el panorama de la comunicación actual,
           ¿no son precisamente estas características las  sudisposición a dialogar
           que debería tener un artículo, un reportaje, un  pacientemente con todos,
           servicio radiotelevisivo o un post en las redes  especialmente con quien lo
           sociales? Que los profesionales de la comunica-
           ción se sientan inspirados por este santo de la  contradecía, lo convirtieron
           ternura, buscando y contando la verdad con va-  en un testigo extraordinario
           lor y libertad, pero rechazando la tentación de
           usar expresiones llamativas y agresivas.   del amor de Dios.


           Hablar con el corazón en el proceso sinodal
           Como he podido subrayar, «también en la Igle-
           sia hay mucha necesidad de escuchar y de es-  «Una lengua suave quiebra hasta un hueso»,
           cucharnos. Es el don más precioso y generativo  dice el libro de los Proverbios (25,15). Hablar
           que podemos ofrecernos los unos a los otros».  con el corazón es hoy muy necesario para pro-
           De una escucha sin prejuicios, atenta y disponi-  mover una cultura de paz allí donde hay gue-
           ble, nace un hablar conforme al estilo de Dios,  rra; para abrir senderos que permitan el diálo-
           que se nutre de cercanía, compasión y ternura.  go y la reconciliación allí donde el odio y la ene-
           En la Iglesia necesitamos urgentemente una co-  mistad causan estragos. En el dramático con-
           municación  que  encienda  los  corazones,  que  texto del conflicto global que estamos viviendo,
           sea bálsamo sobre las heridas e ilumine el ca-  es urgente afirmar una comunicación no hostil.
           mino de los hermanos y de las hermanas. Sue-  Es necesario vencer «la costumbre de desacre-
           ño una comunicación eclesial que sepa dejarse  ditar  rápidamente  al  adversario  aplicándole
           guiar por el Espíritu Santo,amable y, al mismo  epítetos humillantes, en lugar de enfrentar un
           tiempo,  profética;  que  sepa  encontrar  nuevas  diálogo abierto y respetuoso». Necesitamos co-
           formas y modalidades para el maravilloso anun-  municadores dispuestos a dialogar, comprome-
           cio que está llamada a dar en el tercer milenio.  tidos a favorecer un desarme integral y que se
           Una comunicación que ponga en el centro la re-  esfuercen  por  desmantelar  la  psicosis  bélica
           lación con Dios y con el prójimo, especialmente  que se anida en nuestros corazones; como ex-
           con el más necesitado, y que sepa encender el  hortaba  proféticamente  san  Juan  XXIII  en  la
           fuego de la fe en vez de preservar las cenizas de  Encíclica  Pacem  in  terris,  la  paz  «verdadera
           una identidad autorreferencial. Una comunica-  puede apoyarse únicamente en la confianza re-
           ción cuyas bases sean la humildad en el escu-  cíproca» (n. 113). Una confianza que necesita
           char y la parresia en el hablar; que no separe  comunicadores no ensimismados, sino audaces
           nunca la verdad de la caridad.             y creativos, dispuestos a arriesgarse para ha-
                                                      llar un terreno común donde encontrarse. Co-
           Promoviendo un lenguaje de paz             mo hace sesenta años, vivimos una hora oscu-


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