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La Celestina

                                      Areúsa.— Así goce de mí que es verdad, que estas que sirven a
                                      señoras ni gozan deleite ni conocen los dulces premios de amor.
                                      Nunca tratan con parientes, con iguales a quien puedan hablar
                                      tú por tú, con quien digan: «¿Qué cenaste?», «¿Estás
                                      preñada?», «¿Cuántas gallinas crías?”. ¡Oh tía, y qué duro
                                      nombre y qué grave y soberbio es «señora» contino en la boca.
                                      Por esto me vivo sobre mí desde que me sé conocer, que jamás
                                      me precié de llamarme de otro sino mía, mayormente de  estas
                                      señoras que ahora se usan. Gastase con ellas lo mejor del
                                      tiempo y con una saya rota, de las que ellas desechan, pagan
                                      servicio de diez años. Denostadas, maltratadas las traen,
                                      contino sojuzgadas, que fablar delante ellas no osan. E cuando
         ner que depender de nadie, no  ven cerca el tiempo de la obligación de casarlas, levántanles un
         vincularse ni por el amor, ni por  caramillo: que se echan con el moço o con el hijo, o pídenles
         el  bienestar,  ni  por  exigencias  celos del marido, o que meten hombresen casa, o que hurtó la
         sociales o de cualquier otro ti-  taza o perdió el anillo. (...) Así que ‘esperan galardón, sacan
         po.  Estamos a comienzos del si-  baldón’; esperan salir casadas, salen amenguadas; esperan
         glo XVI y Rojas pone en su boca  vestidos y joyas de boda, salen desnudas y denostadas. Estos
         una expresión propia de nues-  son sus premios, estos son sus beneficios y pagos. Oblíganse a
         tros  días  y  hasta  quizás  como  darles marido, quítanles el vestido. La mejor honra que en sus
         militante de cualquier feminis-  casas tienen es andar hechas callejeras, de dueña en dueña,
         mo  radical.  Por  eso  Celestina  con sus mensajes a cuestas. Nunca
         aplaude y ratifica sus palabras:  oyen su nombre propio de la boca de ellas, sino: «¡Puta acá!»,
         “En tu seso has estado. Bien sa-  «¡Puta acullá!», «¿A dó vas, tiñosa?» (...) No hay quien las sepa
         bes lo que haces”. Por lo tanto  contentar, no quien puede sufrirlas. Su placer es dar voces, su
         su concepción de la vida y su  gloria es reñir. De lo mejor hecho menos contentamiento
         propio vivir. Como veremos pró-  muestran.
         ximamente,  Areúsa  está  desti-  Por esto, madre, he querido más vivir en mi pequeña casa
         nada a ser la nueva Celestina,  exenta y señora que no en sus ricos palacios sojuzgada y
         no como hechicera ni autora de  cativa.
         brujerías sino como mujer libe-  Celestina.— En tu seso has estado. Bien sabes lo que haces.
         rada y astuta que sabe mover
         los hilos de las gentes para sa-
         tisfacer sus propósitos e intere-  ve como criada en casa de Me-  tituta, una criada o sirvienta en
         ses, con una precisión de relo-  libea y Areúsa que, vive en casa  casa del rico Pleberio de riquí-
         jero, sean de amores o sean de  propia sin sujeción ninguna, vi-  simo patrimonio y ella que  vive
         venganzas, que lograrán desen-  ve a sus anchas y ejerce cons-  a su aire alejada de cualquier
         cadenar el final trágico de Ca-  cientemente  la opción  de su  li-  dominio  o  vinculación  perma-
         listo y Melibea.             bertad.  Tres  primas  que  a  lo  nente  que  limite  su  libertad.
            En el escenario del lupanar  largo de la obra nos permiten  Hará con su cuerpo lo que ella
         donde Celestina, van a coincidir  conocer  los  tres  tipos  de  vida  quiera  y que terminará siendo
         tres personas: Elicia, mujer pú-  que la propia Areúsa nos ade-  la nueva urdidora de amoríos y
         blica de oficio, Lucrecia que sir-  lanta en este pasaje. Una pros-  crueles venganzas. ❏


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